jueves, 2 de abril de 2009

Yo que nunca "Poema_cuento" (Blanca Sandino)

Yo que nunca
me senté a
esperar nada, me siento
esperada
y tiemblo.
Concepción Bertone.





Como los caramelos hay en ella, envueltas, pequeñas emociones.

Toc toc toc, llama un niño desconocido a tu puerta.
Y no quieres abrir.

Siempre deseaste ser ánade, y volar. Por eso te digo, Gretel, que tienes
restos de cometas azules y blancas entre las uñas, y sientes la sangre
espesa como barro bajo la agobiante gravedad de Newton.

Nunca quieres abrir la puerta cuando las mañana no son como los caramelos,
que envueltas, y dentro, guardaban pequeñas emociones;
cuando no tañen honduras
inquietantes.

Cuando no son como eran,
como perros lamiendo tus tobillos,
cuando, como cien mil hormigas, recorría tus brazos la emoción.
Y ahora, te pones psicodramática, y piensas:
quizá debería dejar de mirar ríos, y abrir.
Dejar de mirar cantos rodados cubiertos de inocencia, y abrir.
O verlos como son:
un musgo oscuro, un aviso,
letras cubriéndose los ojos de los ojos, y abrir.

¿Acaso has olvidado que es difícil ser poeta,
que es traducir fielmente el sentimiento,
pasar los dedos por el filo de un cristal fino
y sangrar sobre el papel hasta dejarse el alma?

Deberías abrir, te estoy diciendo, y tú erre que erre ¿Por qué,
te preguntas, todos gritamos cuando alguien muere y no gritamos
todos cuando vive? Aún no has descubierto que la poesía, como la
vida, es un carnaval de letras:

andar hacia dentro de las palabras,
y dentro, dentro,
en su jardín de huesos, resguardarte en su esqueleto,
acariciar su propia calavera,
cerrar los ojos por no sentir repugnancia,
y hundir tus manos en sus vísceras,
y, después, sólo después,
dejarse llevar por la corriente del sueño,
y no preguntar, no preguntarte;

pero es que, es tan difícil no añorar. Es tan difícil.
Y más cuando en el silencio de las ráfagas, una vez y otra y otra
los números se vuelven inexactos y siempre deseaste ser ánade,
y volar
y no abrir.
Y volar
y tener restos de cometas
azules
y blancas
en las uñas.
Y sentirte ligera y no de barro.
O desear imposibles: secuestrarle al reloj aquel minuto, ¡aquel!,
y no pedir rescate.
Claro que...
-y, al abrir la puerta, dices-,
oye, niño, te lo advierto:
«el poeta más culto de la ciudad, decía Martín Prieto, es un imbécil»
así que no me juzgues, ni preguntes,
que en el silencio de las ráfagas los números se vuelven inexactos;
y cuando ves que se encoge de hombros,
no te queda más remedio que reírte,
y por toda explicación, le preguntas: ¿o te has creído que
todos son el número pi?

Se sienta frente a ti, y entonces comprendes que te has equivocado,
no es un niño, eres tú cuando eras Gretel,
y los ánades
y las cometas.
Y tú...
Tú.
Tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario