martes, 21 de abril de 2009

Obama (Esteban Granado)

No votarán en blanco los poetas cabizbajos del Bronx,
por una vez, no votarán en blanco, como han votado siempre,
también cuando dejaba de importarles el nombre de la bestia
y evitaban las urnas transparentes, y los espejos líquidos
de las televisiones, y los diarios demócratas, y el cine,
devotos de una forma de justicia poética distante
del afamado trébol que establece la suerte de los débiles.

Ha sido derrotado en la batalla, pero vive en las calles.
Jim Craw sigue campando por su infamia en las calles desiertas
de los pulcros suburbios que rodean el centro de las urbes,
en una mano el látigo candente, una Biblia en la otra,
arcángel mercurial que se dijera tronchando el Paraíso,
levitando en el aire envenenado, en la nube de smog
que retuerce el gaznate de las sombras caídas en desgracia.

Al sur del Polo Norte, el sur en guerra, de Boston a Miami.
De Vietnam en Vietnam, atiborrándose de niños en peligro,
de ciudades y aldeas miserables ahogadas en la piedra,
El Hacha Cautelar -arma homicida de todos los imperios-,
luz que frecuenta hogares sin retorno, desesperada luz
que avanza entre amapolas verticales y panteones rubios
para morir de éxito en la noche completa de los hombres.

Ningún poeta pierde la memoria, ni dedica canciones
al genio americano, ninguno exalta la gesta innecesaria,
la sanción inhumana, la barbarie del Cuerpo de Marines.
Prefieren contemplar el heroísmo de los críos descalzos
que deambulan con sus cicatrices por entre los escombros,
sobrecogerse ante la flor marchita de los viejos mercados
o recitar con alma el verso muerto que exige la cordura.

Prefieren escuchar a Nasir Jones (‘...ten years in the game...’)
y escribir sobre el agua sus pequeños capítulos de gloria,
o componer baladas imprevistas, odas a la vergüenza,
poemas a bocados, dentelladas, tragaderas y fauces,
letras universales que revuelven la impura sopa Campbell
de los seres felices, con sus máquinas ebrias de poder
y sus atolondrados rascacielos que irritan a los dioses.

No votarán en blanco los poetas efímeros de Harlem
(¡ni el rabino de Brooklyn!), ni siquiera las muchachas neumáticas
que investigan la rima en los jardines agónicos de Queens.
Publicarán artículos de impacto en las sucias paredes
e irán a ver las últimas películas del cine independiente
con una gran sonrisa candorosa crujiendo entre los labios
y la satisfacción de ser un pueblo al mando de sus sueños.

lunes, 20 de abril de 2009

El mito de Bronwyn (Dolors Alberola)

Eran las eras grises mensajeras
eran las mensajeras de las eras,
eran las mensajeras de las horas,
eran ya sin mensajelas auroras.

J. E. Cirlot




¿No veis esa mujer que vuelve de las aguas,
que rebrota del mar y nada tiene
sino un verso de luz, posado en las dos manos?
¿Y no sabéis del mito de ella, purificada,
descompuesta en el fuego de la vida,
dando a beber al hombre de su boca,
navegando en el círculo, donde las aves son
pensamientos del otro que descansa?

Ya a nada tendrá miedo.
Ha regresado, muerta, del silencio,
ha venido a la vida de las algas,
envuelta de naufragios, oxidada,
con los corales rotos y la faz toda blanca
-lleva un verso en sus manos, no lo olvides-.

Descalza, va bajando las corrientes,
olvidando ese agua que la deshizo, vuelve
con la mirada fija en un bramante
territorio de amor. Retorna enarenada,
con su velamen yerto,
su cabellera espesa y sus jardines
rebrotados de cieno y violetas.

Con la cabeza erguida cruza por la ciudad,
que es ahora naufragio
del mar que la devuelve. Sabe que ella, la sola,
la muchacha palmípeda, la gris alada, siempre,
conquistará la luz de la mañana
para tornarla –azul- en noche amanecida
y amarrar en la quilla de ese buque
y elevar, contra él, su mascarón
de terrible madera que lo abrase,
lo detenga en el mar
de la corriente sorda de las cosas
y le haga brotar
un magma incandescente y el amor
vaya siempre a deriva de sus horas.

Ella, la tan sumisa al miedo,
se libera de él,
porque el amor la vuelca y la contiene,
porque el amor la incendia y ya no hay mar
donde apagar el fuego,
porque el amor le dona un nombre diferente
y ya no es Alfonsina,
sino María, viva –muerta, en otro, de amor-:
María Celeste.
María enaltecida entre la sombra,
María en esa casa
donde Pablo guardara sus mil llaves
-transformadas en una, que la abre-,
María de la furia ya entregada,
disminuida, rota,
desnuda ante los pies de ese marino
que dejara Cernuda en su silencio,
buscando, tal Leonor, la pluma del poeta,
irrumpiendo en la sal de la sorpresa,
no mirando hacia atrás, sino hacia él, sólo,
con esa ventolera
descabellada y loca del amor.
Girando, locamente, como brújula
y el tiempo ya hechizado en su quietud:
porque todo retorna, con él, a ser posible.

Todo renace así,
debajo de las aguas de las nubes.

viernes, 17 de abril de 2009

Nocturno (Carmen Iglesia)

Por las noches me mudo a tu garganta.
Abandono la tierra que sostiene mis pies
y busco la saliva que construye tu boca.

Y entonces me hago líquida.

O de arroz, como el hambre que se come a los niños,
huérfana en el ombligo de la luna.

Tan plena de deseo,
tan amplia y tan redonda como el beso de un ángel.

Existo sin materia,
agarrada al lugar que me prestaron,

como si dependiera de este cuerpo la luz.

Tan fértil siendo oscura.

miércoles, 15 de abril de 2009

Estío (Francisco Caro)

Fui con padre, llevado de su mano,
a un tramo más al norte, curso arriba
de octubre y el molino, serio, iba
el silencio con él

fue el verano
un estío excesivo, seco, llano,
subíamos el cauce, piedra viva;
buscaba la callada, la cautiva,
tristeza de su ayer republicano

fue sospecha que tropas ya vencidas
arrojaron fusiles y los sueños
al fondo de las aguas

luego hallamos
en verdín unas armas sorprendidas:
nosotros -dijo entonces- somos dueños
sólo de las derrotas que callamos.

(De Desnudo de pronombre)

martes, 14 de abril de 2009

Camino a Sevilla (J.J. Fereiro)

El silencio despierta, huye y se esconde
en la hierba amarilla de este páramo
que, mancillado, extiende su pecho contra el cielo.

Crepitan pájaros inmóviles
en el azul más puro, en el deseo grana.

Una rosada pulpa tiembla en sus muslos rubios.
Un jadeo cual eco que se oprime, reflejo que transpira,
asciende rayando la tarde.
Nadie lo siente.
El tiempo cabecea en un instante desmesuradamente largo,
lento.
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lunes, 13 de abril de 2009

Busco palabra gótica (Blanca sandino)

Busco palabra gótica para mi «serestar» hecho de verbos.
Cicuta. La de tu voz, Baudelaire, que espante las sílabas de los

---------------------------- fal
------------------------------s.o.s
-------------------------------ver
----------------------------- s.o.s.

¿O he de abdicar la emoción, destronar los secretos,
sostener en mis manos vestidas de satén amarillo
(aún te esperan) coronas de laureles carcomidas de gloria,
el rasguño que fui, las brechas de mi infancia?

No. Antes me blanqueo en mercurio,
me transplanto (esqueje sin prender) a tu tierra de lagartos y hormigas:
de mutación en mutación, de estrofa a estrofa;
antes, en firmamento que invente tus tormentas,
¿o acaso...?
¡No!, antes me estrangulo el alma con ramas virginales.

Moriré en blanco y negro,
con el espasmo del sollozo de un niño a media voz:
leve,
ainada.

Con hojas de acanto---- y góticas palabras---- orlarán mi tumba;
y dibujadas de hoguera---- flamígeras mis manos---- niña boba ----
ahuyentarán espíritus.


Blanca Sandino

jueves, 9 de abril de 2009

Mi padre (Emilio Aparicio)

Mi padre sondea, como el agua del pozo,
la tristeza de sus hijos. La humedad del menor
se extiende por la casa
desconchando la cal
que debo recoger antes de jugar.

Dos cuerdas de esparto cuelgan de la viga
dejando caer algunas hebras
que simulan adentro
esa lluvia de afuera

Harapientos, sin las sandalias con que antaño
habríamos de sacudir sobre la hierva la alegría,
nuestros movimientos deambulan descalzos,
somnolientos por el suelo.

- ¿ Sabes?. No importa, Padre, la pobreza:
tan solo, haz de nuevo, chirriar,
con un poco de aire, el hueco de esta hoja;
tan sencillo, pero pasa
que sonreimos entonces,
que ya no pesa tanto el polvo acumulado
en nuestros hábitos de niños desnudos.

Poder de mi deseo (Aigua María)

Inicio la sesión
la espera suele ser desesperante
todavía es temprano para exponer la cara
ha llovido esta noche.
Me conecto al teclado
la ventana es inútil a estas horas
la sensación pretende
desconectar de nuevo,
insisto mientras fumo
un café me acompaña
así trato mi tiempo
asqueada de tanto ser humano
quisiera ser paloma
acabar en un cuadro abandonado
sin firma en el olvido.
No dispone el poder de mi deseo
debe llegar la piedra
donde tropiece
y caiga.

jueves, 2 de abril de 2009

Yo que nunca "Poema_cuento" (Blanca Sandino)

Yo que nunca
me senté a
esperar nada, me siento
esperada
y tiemblo.
Concepción Bertone.





Como los caramelos hay en ella, envueltas, pequeñas emociones.

Toc toc toc, llama un niño desconocido a tu puerta.
Y no quieres abrir.

Siempre deseaste ser ánade, y volar. Por eso te digo, Gretel, que tienes
restos de cometas azules y blancas entre las uñas, y sientes la sangre
espesa como barro bajo la agobiante gravedad de Newton.

Nunca quieres abrir la puerta cuando las mañana no son como los caramelos,
que envueltas, y dentro, guardaban pequeñas emociones;
cuando no tañen honduras
inquietantes.

Cuando no son como eran,
como perros lamiendo tus tobillos,
cuando, como cien mil hormigas, recorría tus brazos la emoción.
Y ahora, te pones psicodramática, y piensas:
quizá debería dejar de mirar ríos, y abrir.
Dejar de mirar cantos rodados cubiertos de inocencia, y abrir.
O verlos como son:
un musgo oscuro, un aviso,
letras cubriéndose los ojos de los ojos, y abrir.

¿Acaso has olvidado que es difícil ser poeta,
que es traducir fielmente el sentimiento,
pasar los dedos por el filo de un cristal fino
y sangrar sobre el papel hasta dejarse el alma?

Deberías abrir, te estoy diciendo, y tú erre que erre ¿Por qué,
te preguntas, todos gritamos cuando alguien muere y no gritamos
todos cuando vive? Aún no has descubierto que la poesía, como la
vida, es un carnaval de letras:

andar hacia dentro de las palabras,
y dentro, dentro,
en su jardín de huesos, resguardarte en su esqueleto,
acariciar su propia calavera,
cerrar los ojos por no sentir repugnancia,
y hundir tus manos en sus vísceras,
y, después, sólo después,
dejarse llevar por la corriente del sueño,
y no preguntar, no preguntarte;

pero es que, es tan difícil no añorar. Es tan difícil.
Y más cuando en el silencio de las ráfagas, una vez y otra y otra
los números se vuelven inexactos y siempre deseaste ser ánade,
y volar
y no abrir.
Y volar
y tener restos de cometas
azules
y blancas
en las uñas.
Y sentirte ligera y no de barro.
O desear imposibles: secuestrarle al reloj aquel minuto, ¡aquel!,
y no pedir rescate.
Claro que...
-y, al abrir la puerta, dices-,
oye, niño, te lo advierto:
«el poeta más culto de la ciudad, decía Martín Prieto, es un imbécil»
así que no me juzgues, ni preguntes,
que en el silencio de las ráfagas los números se vuelven inexactos;
y cuando ves que se encoge de hombros,
no te queda más remedio que reírte,
y por toda explicación, le preguntas: ¿o te has creído que
todos son el número pi?

Se sienta frente a ti, y entonces comprendes que te has equivocado,
no es un niño, eres tú cuando eras Gretel,
y los ánades
y las cometas.
Y tú...
Tú.
Tú.

miércoles, 1 de abril de 2009

SIGNOS (Tristana Soler) dedicado al poeta J.L. Villena

Hasta los signos vienen
las sombras torturadas.
ANTONIO GAMONEDA



¿Es tu memoria, acaso, más que sombra?
¿Cuándo supiste tú de otros momentos
que no acabaran pronto en algún humo?
Quieres guardarlos, abres
la caja del ayer como si fuese un libro
y lees las palabras solamente.
Nunca los textos
pudieron arrojar tantas imágenes.
El papel del pasado está lleno de líneas
y lleno de sucesos que fuiste desechando.
Pero nunca se borran, son los signos
que no quieres leer
y vuelven, vagabundos, por tu mente.

Ellos llevan maletas de cansancio
y llaman a una puerta que aún les pertenece.
Pretendes no atender su insistente llamada
mas no dejas por ello de escuchar el sonido.
Llaman constantemente. No están muertos,
aunque su rostro sea más frío que el invierno.
Sombras son, sí. Quizás por eso sombras
ocupan tus espacios y tus sueños.

Llegan de otras ciudades, de otro mar, de otro hombre
que fuiste tú con ellos. Tú no eras
entonces sino un ágil muchacho que tenía
un tiempo más que tiempo,
un amor que no fue sino fuego o bebida,
toda una historia larga que narrar.

No contaste con ellos.
Quisiste ser el dueño de tu vida
y firmar amplias páginas escritas a tu antojo.
Ellos, pequeñas bestias, te temían,
escondiéndose siempre detrás de los olvidos.


Pasaron tantas cosas que los hicieron fuertes
y no tuvieron ya más temor que su inercia.
Salieron, como salen los tigres de los árboles
y en los árboles dejan su arañazo y su sombra.
Ahora siguen contigo y asoman su cabeza
cada vez que la vida se tuerce en una esquina.

Son las notas borradas de tus folios,
los tristes garabatos que vivieron
a través del engaño de tu tinta.
Nada saben de ti. Tal vez ya han olvidado
y sólo tú recuerdas su existencia y los traes
a vivir nuevamente su martirio.

¿Es tu memoria entonces
un dios que va dejando en el olvido
todo lo que fue hoy y ahora es ya pasado?
Los muertos no se olvidan. Siguen, muertos,
recordando la mente que los hizo.
¿Cuándo supieron ellos de no nacer, no ser,
no doler en la vida? No los culpes.
Deja su inexistencia aún latente
y llévalos contigo en humildad.

También tú, que los niegas,
fuiste deseo un día de tus padres,
circunstancia de un cuerpo que te llevó en su cuerpo,
negación de otros sueños que no alcanzaron nada.
Sombras junto a las sombras, vamos todos,
olvidando, al olvido,
como un navío fúnebre en sus aguas.