martes, 31 de marzo de 2009

No es de una enfermedad de lo que deba curarme (Alonso de Molina)

A Sabines al cumplirse dos lustros de su marcha

"Estoy metido en política
Estoy metido en política otra vez.
Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan
Y me exhiben
“Poeta, de la familia mariposa-circense,
atravesado por un alfiler, vitrina 5”.
(Voy, con ustedes, a verme)"
Jaime Sabines (Chiapas. 25 de marzo de 1926. 19 de marzo
de 1999)



De tener que creer,
de optar por una religión
profesaría la divina fe de los elementos:

buscaría la perfección.

Hablaría del bien y de mal
sin conocer el bien ni juzgar el mal;
me comería todos los pecados del mundo
(y fecalmente los descargaría en su propia impiedad)
y tan vulgares los haría
que nadie volvería a creer en las culpas.

Después escogería la certeza divina
de los locos poetas (por cierto, ¿quién designa a los poetas?),
esos subordinados celestes de dios
que no aprietan sus dientes terrenales
en los perdidos páramos de la fe
ni dan la mano sin realzar sus alabanzas.

Huérfano de emociones,
sin la naturaleza de la poesía,
nos hallamos desérticos, baldíos y desnudos:

un modelo uniforme de estéril melodía.


Sin cantos que alabar sobre nosotros mismos,
nuestra sombra dirige un cortejo de árboles,
distraídos, sin savia,
bailando insatisfechos de hierbas y preceptos;
los músculos vacíos sin creatina feroz,
sin cosas importantes que atender
(por cierto, ¿quién decide qué cosas son importantes?).

¿Y qué elegantes manos no se deforman ni se manchan?.
Tampoco se destiñen en la lluvia los párpados mestizos
ni un ánfora es la incierta mujer
con los brazos abiertos a la espera de semen.
Que una palabra dulce es un paisaje abierto al corazón de la tierra,
a un enorme jardín sin esclavos ni exilios ni rendiciones ni afonías,
es la luz despejada de puertas y de úteros.

Soy demasiado tonto para creer en mí.
Sin matar una mosca o sentir culpa por nada,
no suelo respetar las reglas -aunque las conozca todas-;
así y todo, una víbora
podrá un día morderme algún miembro
para que únicamente los puros
consigan derribarme,
echarme a un lado y taponarme alguna herida.


No voy a detener mis pasos
ni a elevar mi silencio a ninguna cumbre,
no es de una enfermedad de lo que deba curarme…

renegamos de todo
y luego nos morimos de soledad.

Cucha Sabines, mucho aprendí de dios, de ti.


Alonso de Molina

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